Ni yendo a bailar a Chalma

Etiquetas de Bitacoras : Chalma, iglesia, viaje, tradición, arquitectura virreinal

Chalma, poblado cerca a los límites del estado de Morelos, a 65 km de Toluca y a 95 km de la Cd. de México con coordenadas 18°55'56"N 99°26'09"O y a 1700 MSNM (metros sobre el nivel del mar).

Esta es una frase muy usada acá en México para decirle a alguien que no va poder lograr lo que quiere o pretende realizar. Se refiere a que hay lugar cerca de la Cd. de México llamado Chalma, donde se expone una imagen de un Cristo Crucificado de los tiempos de la evangelización, realizada dicha evangelización por frailes Agustinos, y de la cual se dice es muy milagrosa, por lo que para solicitar uno de sus favores, es necesario ir a esa iglesia pasando a "bailar" antes frente al ahuehuete -tipo de árbol muy longevo y común en éstas tierras, muy renombrado este tipo de árbol debido a que otro espécimen de éstos, el cual se dice fue testigo del llorar de Hernán Cortés al ser derrotado por los naturales, por lo que es llamado "El árbol de la noche triste"- siendo ésta una tradición muy arraigada.

Realizar una visita a dicho lugar puede realizarse de dos maneras, una es ir en el vehículo particular de nuestra propiedad, o la otra, es tomar un camión en la estación "Cuatro Caminos" de la línea 2 -línea azul- del metro de la Cd. de México.

Lo primero que uno debe hacer por tradición -si es la primera vez que uno va a ese lugar- es detenerse en el ahuehuete, donde uno deberá bailar al son de la música que hay ahí - ya no se encuentran las personas con su guitarra y violín que, según me comentaba mi suegra, uno encontraba en ese lugar y que ayudaban a uno a cumplir con dicho requisito del baile-, haciendo esto con una corona de flores que deberá comprar uno con anterioridad en dicho lugar.

Otra cosa que me comentan se tiene que hacer - y esto lo dejo a su propia decisión- uno en dicho lugar, es la de tomar un poco de agua que brota de un venero entre las raíces del ahuehuete -y también me contaban que antes había un jarrito con el que todos tomaban del agua- cayendo y corriendo en una pila que se construyó, con el fin de poder encauzarla por varios tubos metálicos, los cuales la vierten hacia el exterior de la pila, corriendo ésta hasta unas pequeñas "piscinas", donde la gente se mete a bañarse con otro tipo de manda, antes de asistir al templo.

Una vez cumplido el requisito -no obligatorio hago constar-, solo falta el recorrer los últimos 3 km para llegar al templo.

El último paso a realizar antes de llegar al templo, es el de caminar por una callejuela atiborrada de puestos y sortear a los insistentes vendedores de imágenes religiosas, cuadros, panes y dulces típicos, con lo que después de una penosa caminata -penosa por el constante "cuasi-jaloneo" de los vendedores- uno llega al esperado atrio de la iglesia.

Pero aquí solo encontraremos nuestra última prueba de resistencia, ya que nos abordará una nube de fotógrafos ofreciéndonos "la foto del recuerdo".

Si salimos airosos de este último paso, solo nos falta enfilarnos a las puertas del templo, donde deberemos dejar nuestra corona de flores en sendos tubos metálicos, colocados exprofeso para dicho fin.

Una vez dentro de la iglesia, uno podrá admirar a su gusto la imagen del Cristo, la decoración del altar, y si uno pasa por unas puertas del lado izquierdo del altar, de cuatro enormes lienzos con sendas pinturas de religiosos de la orden fundadora y de un San Miguel sometiendo a un demonio muy mal encarado.

Otra cosa que podremos ver en dicha sala, es a un sacerdote, sentado detrás de un mostrador de madera -al parecer muy antiguo- con un recipiente al lado, a la espera de que algún feligrés o peregrino, le lleve algún artículo religioso -comprado durante el tortuoso trayecto al templo o en la tienda de reliquias anexa a dicha sala- a bendecir.

Si uno sigue los señalamientos -y no sale nuevamente al atrio para regresar a su lugar de procedencia-, será guiado hacia dos salidas, una a través de una escalera que baja hacia una capilla que se encuentra bajo el altar, la cual da a la puerta de una calle aledaña.

La otra salida nos conduce a una explanada, en la cual encontraremos los fervorosamente pintados retablos. Otra cosa que rallaremos es un acceso enrejado a las márgenes de un río -con aguas algo heladas por cierto- que corre al pié del templo. Desgraciadamente, éste, como muchos otros lugares turístico-religiosos, esta plagado de vendedores, los cuales, como un enjambre de abejas, cae sobre uno, compitiendo por lograr hacernos consumir su mercancía, lo que le quita a uno algo de la devoción que uno lleve al acudir ahí.

Ojalá que aún con éstos "pequeños" inconvenientes -y esta tan incoherente narración-, si se deciden a ir, puedan disfrutar de la visita a tan memorable lugar.